A finales de enero de 1932, un suceso
extraordinario en El Salvador dejó una profunda cicatriz en la mente de la
nación. En esa fecha, unos cuantos miles de campesinos en rebeldía se
levantaron y atacaron aproximadamente una docena de municipalidades en el
occidente salvadoreño, asesinando entre 50 y 100 personas y dañando muchas
propiedades. La rebelión tomó por sorpresa al gobierno salvadoreño, al cual
solo le tomó algunos días para reagrupar al ejército y lanzar un contraataque.
El ejército tenía
mejor movilidad y estaba mejor equipado, por ello, cuando lanzaron la ofensiva
y rodearon a los rebeldes, volvieron rápidamente a tomar control sobre la
región. La rebelión fue un evento significativo, la violencia rural y la
movilización campesina han tenido un lugar importante en la historia de El
Salvador, por lo que la rebelión en sí no fue un momento decisivo. Más bien fue
lo que sucedió posteriormente.
Después de que el
gobierno aplastó la rebelión, se definió un precedente que configuró todo un
discurso que haría infames a los hechos del 32. Bajo el liderazgo del
Presidente (y General) Maximiliano Hernández Martínez, el gobierno
salvadoreño se vengó de toda la zona occidental. Las unidades armadas y grupos
paramilitares asesinaron a miles de campesinos, quienes tenían poca o ninguna
rela y trágico episodio, uno de los peores casos de represión estatal en la
historia moderna de América Latina. El asesinato en masa consolidó a los
militares en el gobierno, lo cual resultó en 50 años de dictadura militar, el
más largo capítulo de ininterrumpido control militar en la historia moderna de
Latinoamérica.
Los eventos de
1932 tuvieron profundas consecuencias de larga duración. Es por esta razón que
el poeta y activista Roque Dalton describe a los salvadoreños como “nacidos
medio muertos en 1932”, porque tuvieron que enfrentarse con el hecho de
que la historia moderna de la nación se había criado en sangre.
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